Vivimos en una época interesante, llena de cambios. Unos serán buenos y otros no tanto, pero de la mayoría no podremos valorarlos hasta que no pase un tiempo.
Uno de esos cambios es la posición del ciudadano frente a la Administración Pública. No es ninguna sorpresa si afirmo que, a lo largo de la historia, el ciudadano ha sido un mero sujeto pasivo frente a la acción de la Administración. Apenas tenía margen de maniobra y eso se reflejaba en la propia palabra que lo definía en esa relación: era el «administrado».
García de Enterría fue uno de los primeros juristas en expresar su desaprobación a esta denominación, y la propia Administración Pública trata de aplicar hoy en día términos que recuerdan a otro tipo de relaciones, como el de «clientes», que en el fondo nada tienen que ver con la relación que se establece entre el ciudadano y la Administración.
Por eso, creo que la única solución, a falta de una nueva palabra, es dotar de un nuevo significado a la de «administrado», una donde este conoce sus derechos y puede actuar acorde con estos en sus relaciones frente a la Administración, que, queramos o no, suceden una y otra vez a lo largo de nuestra vida.
Y eso es lo que se pretende conseguir desde este blog: que no nos sintamos indefensos frente a la todopoderosa Administración. Que sepamos cómo actuar y emplear todos los medios a nuestro alcance. Y que si necesitamos ayuda, la busquemos, pero en cualquier otro caso, sino es imprescindible, sepamos qué hacer por nosotros mismos.
¿Habías oído antes esta expresión? ¿Qué te parece?